Sobre crecer personalmente a través de amistades que sanan
- Miguel angel Paz
- 27 jun
- 1 Min. de lectura
No siempre es la familia la que te salva. A veces es una amiga que te escucha sin juicios, un amigo que te abraza en silencio, un ser que llega sin pedir permiso y te enseña lo que es el amor seguro. Esos vínculos que nacen sin sangre pero con alma. Que no están obligados a quedarse, pero deciden hacerlo.
Hay amistades que no son redes sociales, ni fiestas, ni planes. Son bálsamos. Son puertos. Son esos lazos invisibles que te sostienen cuando todo lo demás se rompe. En mi vida, he tenido personas que me devolvieron la fe. Que vieron mi luz cuando yo sólo veía sombra. Que me recordaron que merecía algo mejor.
Crecer personalmente no es un camino solitario. Es un tejido. Y cada persona que nos quiere bien, que nos acompaña desde la verdad, se convierte en hilo sagrado. Sanar también es reír con quien no te juzga. Evolucionar es dejar que otros te acompañen sin exigencias.
No tengas miedo de amar a quienes no llevan tu apellido. Muchas veces, esos son los amores más leales. Porque fueron elegidos, no impuestos. Y en esa elección hay algo profundamente curativo.
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